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  • Alain Esaic
  • 30 dic 2024
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: 27 ago

Es Navidad y ando viendo los juegos de la NBA que son ya una tradición para mí en esta fecha. Durante los interludios de los juegos, me fijo en el anuncio de la cerveza Corona. El anuncio presenta una estampa nostálgica, típica del Caribe: la playa al anochecer, las palmas “líricas” como lo describió un cronista de esos que no recuerdo; estas se iluminan con luces navideñas a orillas del mar; abajo, una casa con techo de paja o yagua, simulando un bohío.

Me llamó la atención, porque en PR el bohío está casi extinto. Ni siquiera en el Parque Ceremonial de Tibes se han reconstruido los bohíos que el huracán María destruyó. Cuando hablamos del bohío, estamos hablando de una arquitectura vernácula, no solo en Puerto Rico, sino en todo el Caribe. ¡El bohío fue la unidad de vivienda más utilizada en el Caribe por miles de años! La llegada de los europeos no cambió la enorme dependencia de los borincanos sobre el uso del bohío como vivienda. Cronistas como Oviedo y las Casas incluso anotan en sus escritos que eran de una construcción a los que se hallaban en la ruralía española.

Veamos las cifras del siglo XIX de unidades de vivienda vis a vis la cantidad de bohíos para el caso específico de Puerto Rico. Los números que cito a continuación arrojan cifras irregulares debido a que en algunos casos no se recuperó la totalidad de los conteos, o no se sometió la información solicitada o solo se tomó en cuenta la población urbana y no la rural. Aún así, nos brindan una idea acerca de la cantidad de viviendas construidas con paja, diversidad de palmas como la palma de sierra, tejemaní, yagua, u otro material vegetal similar.

Fuente

Año

Viviendas

Bohíos

Porcentaje

Visita del gobernador Miguel de la Torre

1824

34,843

20,669

59%

Descripciones Topográficas realizadas por mando del gobernador Rafael de Arístegui (solo la mitad de las jurisdicciones)

1846

3,502

1201

34%

Administración de Fernando de Norzagaray (la cifra no incluye a Ponce, San Juan ni Mayagüez)

1853

4,827

2,433

50%

Estudio Geográfico de Puerto Rico por Manuel Ubeda (población urbana)

1878

14,103

6,603

47%


Aibonito, 1899 (Quiles Rodríguez, p. 46).
Aibonito, 1899 (Quiles Rodríguez, p. 46).

Como podemos ver, las cifras sumadas mantienen una media cercana al 50% hasta bien entrado el siglo, a solo 20 años de la invasión norteamericana. En el siglo XIX hubo cambios significativos en las ordenanzas urbanas. Hay varios motivos para ello, pero es importante señalar entre estos motivos el rol histórico de la Revolución Haitiana que se logra justo en la apertura del siglo, en 1801. Luego de la Revolución Haiitiana, se agudizan las medidas de represión en contra de las poblaciones africanas y descendientes de africanos en las Antillas españolas. Estas medidas de represión se dirigen en contra de cuerpos negros en contra de las viviendas de bohío.

La Revolución de Haití provocó un auténtico temor en el corazón de la hegemonía española. El intento de controlar la población desde la Corona se manifestó en dos objetos de deseo: cuerpo y paisaje. Hubo un control ejercido mediante "la domesticación del territorio", para usar el término de Aníbal Sepúlveda, y un control ejercido sobre los cuerpos mediante la esclavitud, inferiorización de las culturas africanas y el fomento de prejuicios raciales.

El cuerpo incide sobre el paisaje y vice versa. Habita la vivienda y la memoria modular habita el cuerpo de quienes se encargan de construirla y prolongar la continuidad histórica de su estructura física. Ese cuerpo es un eslabón en el tiempo. Hay una relación simbiótica entre el la memoria y la vivienda memorizada como extensión y necesidad del cuerpo. La paulatina eliminación y prohibición del bohío a manos del gobierno español fue estratégica e intencional, como manera de desplazar a la gente junto con la memoria de su modos de vida, así ejerciendo un dominio sobre el paisaje. La fuerza de desplazamiento siempre emanó de los cascos históricos en donde el poder, a la manera de la polis griega, se centrificaba.

Las Leyes de Indias y El Bando de Policía y Buen Gobierno

España se encargó de redactar un cuerpo legal que facilitara el ejercicio de un control poblacional. Las Leyes de Indias, por ejemplo, desde muy temprano en la colonización generaron un debate en España sobre los derechos que debían o no adjudicarse a los nativos, asunto que algunos historiadores han subrayado que generó un periodo de tensión entre la voluntad de los conquistadores y la Corona, sobre todo cuando se emitieron las Leyes de Burgos en 1512. Las Leyes de Burgos pretendieron, pero no lograron, proteger a la población nativa que mermaba frente a los abusos de los colonos y conquistadores.

La compilación de 1680 titulada Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias es otro de los ejemplares de un cuerpo legal notable publicado bajo el mandato del monarca Carlos II. Las leyes regulaban la vida social, económica, política, religiosa y urbana de las colonias españolas. En 1735, una ordenanza municipal o Bando en San Germán prohibió la construcción de bohíos en la plaza pública:

Que los vecinos que tuvieren sus casas en la plaza pública las hayan de reedificar o edificar de obra subida y de teja, para el mayor lucimiento de dicha plaza; y que en ella no se hagan bohíos sino casas buenas por ser la parte principal de esta Villa [...] Que en lo venidero no se permita tener casas en dicha plaza a las personas inferiores en calidad, por ser dicho lugar para las primeras familias, y lo mismo en la calle principal de la Villa (citado por Aníbal Sepúlveda, p. 32; Vol 1., 2004)

No solamente porque es una temprana alusión a la prohibición del bohío, que el uso del término "primeras familias" genera un discurso. He publicado otros ensayos en donde abordo el tema de la herencia grecorromana en el trazado del Viejo San Juan, refiriéndome a la alineación reticulada de las calles. Sin embargo, más allá de la composición del trazado, existe un vínculo con el concepto político de la ciudad-estado o polis griega que se remonta a la koiné o aldea griega. La koiné o aldea griega en la Antigüedad se componía del régimen gentilicio en donde las tierras se distribuían por grupos de familias. La organización de la polis, si bien se anteponía a los intereses de los genos, aún conservaba la jerarquización espacial basada en linaje y oficio, en estatus. Mientras que la polis griega debía apelar al ciudadano ⎯término que excluía a la mujer, el esclavo y el que no viviera en dicha polis⎯, las ciudades en Puerto Rico debieron apelar a intereses europeos y "primeras familias", lo cual se refería a las familias leales a la Corona y de fuerte abolengo peninsular o europeo. Las familias con "pureza de sangre".


Bohío nigeriano, Foto obtenida del IG Primestack_motivo.
Bohío nigeriano, Foto obtenida del IG Primestack_motivo.

Las Leyes de Indias estaban dirigidas de manera general a las colonias. Por otra parte, existían los Bandos de Policía y Buen Gobierno, los cuales dictaban regulaciones regionalizadas. Respondían a necesidades y situaciones específicas o particulares por región en aras de mantener el "orden público". Los Bandos existían desde el siglo XVI. Sin embargo, la aplicación de los Bandos se intensifica, o al menos así parece, desde 1789, coincidiendo así con la Revolución Francesa. En efecto, sus medidas adoptan valores de la Ilustración como la simetría, el orden, la sobriedad... Detrás de estos valores, hay un andamiaje económico que se apoya en el sometimiento y la marginación de las poblaciones africanas, indígenas y mestizas.

La premisa de "seguridad y orden" en realidad estaba más dirigida a familia de “raza pura”; acarreó una violencia soslayada contra toda la gente que no formaba parte de las "primeras familias". El cuco de una familia española era un cimarrón y desde la colonización los cimarrones eran sometidos a castigos morbosos, crueles torturas. La violencia sistémica también pretendía eliminar los valores que no conformaran la ética y estética de la Ilustración europea. Esta violencia será canalizada a través de las prohibiciones. El bohío, que es de herencia afroindígena, figuró como elemento que, simbólicamente, atentaba contra la integridad de la cultura blanca-europea. Era demasiado visible.

En 1823, El Bando de Policía y Buen Gobierno prohibió la fabricación de bohíos techados de paja o yagua. En ese entonces se limitaba al material utilizado para los techos. Más adelante, se prohíbe su fabricación en general. A continuación, incluyo tres artículos del Bando de Policía y Buen Gobierno de 1849 que están bajo el título de "Ornato Público". Corresponden a la administración de Juan de Pezuela, quienes muchos consideran como uno de los gobernadores más represivos de la época.

"De material" quiere decir de piedra o mampostería, o como mínimo madera.
"De material" quiere decir de piedra o mampostería, o como mínimo madera.

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Bohío con rasgos del módulo yoruba (Quiles, p. 153).
Bohío con rasgos del módulo yoruba (Quiles, p. 153).

El factor de los incendios

Los Bandos del siglo XIX se apoyaron de otro factor para justificar la prohibición del bohío: los incendios. Por esta razón, en el Artículo 229 citado arriba, se exige como requisito "la separación de seis varas entre cada bohío" ⎯para evitar la propagación del fuego⎯. El primer Bando que atañe el tema del bohío restringe la construcción del techado de paja o yagua y data de 1823 (Quiles, p. 53), tres años después del gran incendio de Ponce.

"El domingo 27 de febrero de 1820 se desarrolló un voraz incendio que destruyó 106 casas, de lo mejor de Ponce, y redujo a la más simple expresión su riqueza urbana dejando sin albergue dos terceras partes del vecindario" (Questell Rodríguez, p. 8).

Con todo y eso, en el Ponce de 1828 la cantidad de bohíos del pueblo superaba a las otras unidades de vivienda por más de cincuenta unidades con 178 bohíos y 121 casas (Questell, p.9). Otros incendios notables ocurrieron en Guayama (1832) y Mayagüez (1841). Ambos siniestros consumieron más de la mitad de las casas en estos municipios. De ahí la famosa cita del gobernador Fernando de Norzagaray en la cual se refiere a los bohíos como "una pila de combustible lista para prender fuego" (Quiles Rodríguez, p. 53).

Sin embargo, no es del todo correcto asumir que el motivo de la prohibición fuera estrictamente práctico. La ordenanza sangermeña de 1735 delata claramente los orígenes clasistas detrás de los argumentos de los gobernadores. El dilema del riesgo a los incendios añadió un incentivo más práctico para justificar y adelantar medidas que ya contaban con precedentes. Ejemplo claro es el hecho de que las medidas eran flexibles en cuanto a la construcción afuera de los contornos de las plazas y calles principales de los pueblos. Que el bohío, por su naturaleza vegetal, fuera flamable, de eso no hay duda; pero el asunto de preocupación por concepto de visibilidad está tan o más presente que la preocupación por el fuego.

El desarrollo del barrio Bélgica en Ponce, estudiado y documentado por el investigador Eduardo Questell, nos ofrece otro ejemplo sobre cómo las comunidades compuestas de bohíos se agruparon al margen de los zonas de ensanche aprobadas por los municipios. El investigador obtuvo la siguiente cita de los expedientes municipales hallados en el Archivo Histórico de Ponce:

"Las casas de poco valor y de aspecto mezquino irán á la parte este de la zona de ensanche, ó sea después del cierre de la plaza central que determina el proyecto de calles. Ponce, mayo 15 de 1881. El Secretario [firma Joaquín Calvo]." (citado por Questell; p. 44).

Nuevamente, observamos que el énfasis está dirigido hacia el aspecto de la casa, es decir, la apariencia. Invisibilizar la pobreza es, pues, una parte íntegra del proyecto urbano estatal.

Con todos los esfuerzos que hicieron los gobernadores desde su privilegio, la realidad económica de Puerto Rico simplemente no era cónsona con sus aspiraciones de proyección urbana. Ni siquiera en las plazas públicas en donde se centrificaba la aristocracia puertorriqueña era posible eliminar del todo la presencia del bohío, mucho menos cuando precisamente en el siglo XIX se aprueban ordenanzas para traer trabajadores de la zona rural a los centros urbanos. Tal fue el caso de los jornaleros. En el siglo XIX, los trabajadores que no estuvieran bajo el mando de hacendados en las zonas rurales, por ley, debían ser trasladados a los centros urbanos para participar en la industria urbana o las industrias agrícolas circundantes. Se les concedía un solar para la fabricación de sus hogares y en gran medida terminaban construyendo bohíos. Al gobierno español le preocupaba la visibilidad de la pobreza en el centro urbano y a la vez necesitaba la fuerza laboral para su proyecto de desarrollo y progreso decimonónico. La pobreza, en este sentido, es la fuerza del Estado, mas no su imagen idealizada debido a que esas fuerzas, sus modos de vida, representan a la antítesis del Estado.

Conclusiones

Toda la regulación y prohibición del siglo XIX nunca logró eliminar la práctica de construcción del bohío. Solo pudo desplazarla hacia los límites inmediatos de la ciudad, en donde vivían jornaleros, la clase trabajadora que sustentaba la ciudad y proveía los servicios necesarios y vitales para otras clases más aristocráticas. Todo lo contrario: con el aumento demográfico del siglo XIX, la cantidad de bohíos aumentó a la par con la cantidad de gente.

La memoria colectiva de la construcción del bohío se remonta a la población originaria taína y poblaciones africanas, como la yoruba. ¿Hubo influencia española en la elaboración del bohío puertorriqueño a través de los siglos. . Existe un universo por aprender sobre su elaboración. Por ejemplo, la ubicación de la entrada es uno de los elementos que cambia y denota origen étnico. El investigador Edwin Quiles afirma y establece que a finales del siglo XIX, con el nacimiento de barrios populares cerca de los centros urbanos, se empieza a ver una hibridización del bohío, adoptando algunos elementos de las casas urbanas y acercándose a lo que llamamos la casa criolla (Quiles Rodríguez; p. 154). Por ende, el comienzo del siglo XX incluso pudiera describirse como una etapa en donde el bohío estaba evolucionando morfológicamente, lo cual nos regresa al punto cero: ¿cuándo y por qué desaparecieron los bohíos?

Debemos tomar en cuenta lo siguiente: aunque el siglo XIX no logró eliminar el uso y la construcción del bohío, sí estableció un precedente extenso en el discurso de infravaloración del bohío. Después de la Ilustración y a lo largo de todo el siglo XIX, el bohío se leyó como símbolo de pobreza, peligro, falta de higiene... Es una estructura que representó para el discurso colonial una amenaza a la salud/seguridad pública y un obstáculo para el desarrollo. El discurso legal decimonónico sentó las bases para la eliminación del bohío más adelante en el siglo XX, sobre todo con el proyecto de industrialización masiva conocido como Manos a la Obra.



Familia campesina frente a su bohío (1930's). 										Entrada característica del módulo taíno. Proyecto El Mundo. Biblioteca digital puertorriqueña
Familia campesina frente a su bohío (1930's). Entrada característica del módulo taíno. Proyecto El Mundo. Biblioteca digital puertorriqueña

Fuentes:


  1. Bando de Policía y Buen Gobierno de 1849. Enlace


  1. Castro Arroyo, María de los Ángeles. "Los moldes imperiales: ordenamiento urbano en los Bandos de Policía y Buen Gobierno". Revista Cuadernos de la Facultad de Humanidades. 1984, UPRRP. Enlace


  1. Questell Rodríguez, Eduardo. Historia de la Comunidad Bélgica de Ponce a partir de la Hacienda Muñiz y otros datos. Mariana Editores, Puerto Rico. 2018


  1. Quiles Rodríguez, Edwin R. San Juan tras la fachada: Una mirada desde sus espacios ocultos (1508-1900). Segunda edición, aumentada. Editorial ICP. San Juan, Puerto Rico. 2014.


  1. Sepúlveda, Aníbal. Puerto Rico Urbano. Vol. 1-4. Ediciones Carimar. San Juan, Puerto Rico. 2004. Enlace











 
 
  • Alain Esaic
  • 15 dic 2024
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: 6 ago

Siglo XVI

La fundación infructuosa de Caparra —el primer asentamiento colonial español— en 1508 requirió el establecimiento de una nueva sede para los colonos españoles y europeos. La isleta o el islote de San Juan se convirtió en el punto de mudanza más favorable dentro de un contexto de inestabilidad política y revuelta en la Corona española, inestabilidad que incluso atrasó la mudanza hasta 1521.

La cercanía al mar sirvió como principal aliciente para seleccionar la isleta, ventaja geográfica que poseía sobre Caparra (Morales Castro; p. 32-35). Otros factores que propiciaron la mudanza incluyeron la existencia de un pozo y el puerto delante de lo que es actualmente la Puerta de San Juan.

La figura de Rodrigo Figueroa, juez de residencia y justicia mayor de La Española, fue influyente sobre la decisión. El licenciado viajó a la isleta en varias ocasiones para evaluar el sitio y favoreció la mudanza basándose en las observaciones que hizo sobre su geografía y la presencia de recursos para la construcción como “piedras e buenas, cal, madera.”. 

El mapa levantado en 1519 también muestra una presencia notable de vegetación. La presencia abundante de estos recursos se debe a que la población originaria se encargó previamente de la forestación del área, además del traslado de piedras. Es importante recalcar a modo de reconocimiento el aprovechamiento que ejercieron los europeos sobre los espacios forestados por nativos y los recursos empleados a partir de la planificación originaria del paisaje.

El caso de la mudanza española hacia la isleta de San Juan, tomando en cuenta las observaciones y el mapa de Rodrigo Figueroa, indica esto mismo. A partir de 1521 despunta un proceso de construcción, ocupación y marginación ejercido por las autoridades españolas y europeas. Según Morales Castro, “La ciudad se empieza a trazar originalmente en la Plaza Fundacional (frente a la Catedral de San Juan Bautista) con las calles de La Luna (este a oeste) y Santo Cristo de la Salud (norte a sur)…”.  El investigator Edwin Quiles también aporta lo siguiente al respecto:

Para 1564 se comenzó a construir de piedra y barro y a techar de tejas ‘estilo Andalucía’ o con azoteas que formaban terrazas. Aunque los relatos no hacen mención de los bohíos, la composición poblacional y las representaciones gráficas del asentamiento, tanto de finales de siglo como del siguiente evidencian que sí los había… Los bohíos eran de todos los tamaños, contándose de manera importante los de ocupación multifamiliar. Coll y Cuchí los ubica no solo en espacios abiertos y cerca de áreas de siembra sino dentro de manzanas todavía en proceso de formación, mezcladas con la oligarquía y los sectores medios (Quiles Rodríguez; p. 28-29).
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La presencia de bohíos será notable hasta bien entrado el siglo XIX, siglo en el cual se ilegaliza su construcción. Además de los bohíos —de módulo tanto africano como indígena— los barracones de paja también acomodaron a grupos trabajadores al margen del urbanismo hegemónico planificado por los españoles. Esta ciudad alterna refleja una demografía donde el número de mestizos, negros libres y mulatos —término peyorativo usado en los censos de la época— superaba la cantidad blancos por más del doble.


Siglo XVII

Un suceso importante enmarca la planificación urbana española a comienzos del siglo XVII: la ocupación holandesa de San Juan —en ese entonces llamada ciudad de Puerto Rico— dirigida por Enrico Balduino. La misma toma lugar en 1625 y sucede durante los últimos cuatro meses de aquel año. Durante este tiempo los cartógrafos holandeses recrean en sus mapas a San Juan.

Gerrittsz., Hessel / Vingboons, Johannes
Gerrittsz., Hessel / Vingboons, Johannes

El patrón de damero —como una tabla del juego de damas— se atribuye a la herencia grecorromana que continuaron los españoles en su planificación urbana durante el Renacimiento. Esta retícula gradualmente germinaría la ciudad amurallada. Si bien las estructuras de Casa Blanca (1521/1523-1524), la Fortaleza (1533) y el Torreón del Morro (1540) proveyeron las primeras defensas al puerto desde el lado occidental de la isleta, el lado oriental representaba un punto de vulnerabilidad militar por la vía terrestre. Los holandeses aprovecharon dicha vulnerabilidad que ya había sido explorada por el Conde de Cumberland en 1598 durante la invasión inglesa. En este siglo al igual que el siguiente la función de la ciudad, el desarrollo urbano en general, apelará a los intereses militares de la Corona y se enfocará en fortificar las defensas.

Los inicios de la construcción en el lado oriental de la isleta se remontan al año 1634; ya para 1641 existen los recintos de muralla sur y este. Ambas murallas estaban conectadas a lo que se conocía como el reducto de San Cristóbal. El reducto era una fortificación elevada de forma triangular que posteriormente se expandiría como un complejo castillo. Durante este periodo, entre 1635 y 1641, también se construye la Puerta de Santiago adjunta a la muralla del este, hoy inexistente.

En 1678, el recinto al este contenía el Revellín de Santiago, el Baluarte de Santiago, el Baluarte llamado De La Cortadura o “Cortadura atrincherado del camino cubierto”, la segunda línea de murallas paralelas, el Baluarte de San Cristóbal al nordeste, la extensión del muro al sur y el Semi-baluarte de El Caballero; al norte, el baluarte donde se ubica la Garita del Diablo y el Baluarte de San Sebastián, cerca del reducto original (Silvestre Lugo, p. 158-161).

Siglo XVIII

Sobre las modificaciones del recinto en el siglo XVIII, el arquitecto José C. Silvestre Lugo escribe lo siguiente:

… en 1765 se les encomendó a [Alejandro’ O’Reilly y [Tomás] O’Daly un estudio de las defensas de la ciudad, el cual incluía un plan de reformas para el Castillo de San Cristóbal. Los planos de O’Daly fueron terminados el 15 de enero de 1769 y las obras concluyeron en agosto de 1772. Como parte de las mismas, se destruyó el reducto existente, a excepción de sus muros exteriores y el semibaluarte norte, y se construyó un muro oeste cuya continuación completó el cerramiento del polígono al sur. El baluarte plano más alto, El Caballero, contaba con baterías hacia la ciudad, el puerto de la bahía y la puerta de Santiago… Forman también parte de estas obras la gran rampa de acceso hacia el castillo, su plaza de armas, ubicada bajo El Caballero, cuarteles abovedados y oficinas, entre otros espacios.

El plan de reformas, además, ordenó que las murallas fueran construidas con mayor espesor (18 a 40 pies). En cuanto a los materiales, el interior o relleno de la muralla se realizó en mampostería (piedra, ladrillo, cerámica); los laterales exteriores, con bloques hechos a mano, de arena y piedra caliza (Guía oficial del Parque Nacional, p. 66). Las cinco cisternas de San Cristóbal tenían casi el triple de capacidad de almacenamiento de agua en comparación con dos que habían en el Morro, lo cual nos brinda una idea de la prioridad que ganó la línea este de la ciudad en este periodo junto con la distribución demográfica.

Según la Guía Oficial Parque Nacional titulada Los fuertes del Viejo San Juan, la construcción de San Felipe en el siglo XVIII conllevó una fuerza laboral diaria de 400 personas: soldados, convictos, sujetos sometidos a mano de obra forzada ⎯ sobre todo en las canteras⎯ y civiles. Para 1765, diez años luego de que se fundara la Compañía de Barcelona que generó el estímulo económico necesario, la población de San Juan se estima era de 4,506, un número altísimo en comparación con las demás regiones de la Isla; en 1783, había aumentado a 6,462. La mayor parte de la población “estaba localizada en la porción noreste…, cerca del fuerte San Cristóbal” (Quiles Rodríguez; p. 38), lo cual reafirma la gran importancia que cobra el lado oriental de la isleta durante la segunda mitad del siglo XVIII. El aumento poblacional en gran medida sienta las bases de cómo se pobló la ciudad más adelante, es decir, cuáles fueron los patrones de asentamiento que favorecieron el establecimiento de las calles San Francisco y O’Donell y las edificaciones alrededor del Campo de Santiago, nuestra área de estudio.

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Siglo XIX

La transición del siglo XVIII al siglo XIX representa un cambio fundamental en cuanto a cómo se piensa la funcionalidad de la ciudad sanjuanera. El auge militarista del siglo XVIII se ve reemplazado por la intención de satisfacer las necesidades de la sociedad civil, sobre todo con lo que respecta comercio y política. Dicha transformación fue producto de los procesos de industrialización de otras metrópolis que sirvieron de referente.

En 1823 el Bando de Policía y Buen Gobierno prohíbe la fabricación de bohíos techados de paja o yaguas; estos debían ser destruidos o sustituidos por ladrillo. La preferencia por el ladrillo también es acompañada por techos de azotea y pretil. Se estableció el requerimiento de permisos para la construcción, lo que suponía un proceso costoso; además, aumentan las casas de mampostería y en 1837, se crea el cargo de arquitecto de San Juan. La renovación de la ciudad favoreció los intereses privados (Quiles Rodríguez; p. 48-53).

Hay dos fenómenos complementarios que resaltan a lo largo del siglo XIX: el aumento poblacional y el hacinamiento. Si bien en el siglo XVIII el aumento poblacional desde la zona oriental de la isleta se vinculó a la construcción del Castillo San Cristóbal, en el siglo XIX la industria de servicios provocó la introducción de clases sociales obligadas al trabajo dentro del contexto de la esclavitud, la libreta de jornales y agregados. De igual forma, se establecen servicios dirigidos a la recreación y el ocio de grupos élites, mayormente peninsulares. Es en este contexto en el cual surge un área de recreación como la plaza Santiago. Escribe Fernando Ormaechea en 1880 la siguiente descripción del ambiente en las viviendas:

“Las casas de alto son las más, o por mejor decir, las únicas habitables de la ciudad, no obstante los inconvenientes mencionados y algunos otros cuya enumeración fuera prolija, entre los cuales el más atroz, el más intolerable suele ser la vecindad de los inquilinos de todas clases, castas y pelajes que habitan el sin número de aposentos que desembocan al zaguán, hacinados y repartidos sin orden ni concierto, ni consideración siquiera, en la planta inferior de los edificios por la insaciable codicia caseril. Los inquilinos de abajo, gentes por lo regular chillonas y bullangueras, cantan, bailan, alborotan y se hacen sentir por todos los estilos. Muchas veces llegan al extremo de entablar relaciones, siempre perjudiciales para el principal inquilino, con sus “alquilados”, y en ocasiones hasta con los industriales que más frecuentan la casa, todo ello con plausible objeto de conocer la vida, las costumbres y la posición social de su vecino (cita obtenida de Quiles Rodríguez; p.60).” 

La cita de nos muestra la creciente tensión entre las clases élites, aquí representadas por la desaprobación de Ormaechea, y las clases sociales traídas desde afuera del muro como parte de la priorización de servicios civiles. Se produjo una contradicción en el seno de la ciudad. Por una parte los sectores blancos y élites requerían de servicios básicos para la vivienda. Sin embargo, no estaban en lo absoluto cómodos dentro de la convivencia con los grupos que proveían estos servicios, mayormente personas de color. El racismo sistémico, y pensemos en el concepto de "pureza de sangre" como término legal de la época, chocaba con la materialidad de la ciudad, con el hacinamiento que obligaba a la cercanía entre clases, muy diferente a la materialidad de la hacienda en la cual los grupos élites se podían dar el lujo de cierto aislamiento en contextos rurales.

Cuando hablamos del desarrollo urbano subalterno, llaman la atención los barrios en donde el cuerpo militar del Castillo San Cristóbal obtenía servicios al margen del contexto de las instituciones españolas. Tal es el caso de “Hoyo Vicioso”, zona de la ciudad adjunta al Castillo y en cuyos predios los soldados buscaban servicios domésticos como costura, bordar, zurcir planchar ropa; productos artesanales, uniformes y acompañamiento sexual (Quiles Rodríguez, p. 39). No pocas veces las figuras de autoridad emitieron quejas acerca de las muchedumbres que se trasnochaban en actividades festivas, en ocasiones ilícitas, lo cual también produjo una ola de regulaciones y toques de queda en la ciudad (Quiles Rodríguez; p. 50).


La estructura residencial en el siglo XIX

La ocupación de las calles del Viejo San Juan generó una distribución demográfica basada en estatus socioeconómico. Algunas calles se distinguían por la presencia de propietarios, oficiales de gobierno y otros profesionales. Tal era el caso de la San Sebastián, calles Cristo y Cruz, con notable presencia de españoles. En la calle Sol y San José también se notaba la presencia de comerciantes, funcionarios de gobierno, médicos…

El sector Ballajá, las calles Luna y Bombas proyectaban una mayor diversidad en cuanto al origen poblacional. Ballajá se conocía como el sector con más presencia afrodescendiente. El investigador Mariano Negrón Portillo establece que un número considerable de mujeres jefas de familia ocuparon las residencias del Viejo San Juan en este periodo. Entre la población de mujeres solteras predominó la afrodescendencia (tanto propietarias como inquilinas), mientras que en otros sectores medios y propietarios era notable la presencia de viudas. Sobre todo las lavanderas y costureras en el Viejo San Juan decimonónico “fueron las únicas trabajadoras del periodo… que lograron ser dueñas de su lugar de vivienda.” (Pizarra Santiago; p. 88).

Más de la mitad de la población esclavizada que aparece en el Censo sanjuanense de 1869 estaba compuesta de mujeres y el 49% contaba entre 16 y 30 años (Negrón Portillo, p.79). En aquel año la ciudad ya contaba con más de 25,000 habitantes (Lugo Amador, p. 100).

La población esclavizada, trabajadores de jornal y agregados también compartían oficios: lavandería, costura, repostería, cocina, fabricación de ropa y calzado, zapateros, albañiles, cocina, tabaquería, labores domésticas, criadas (25 o 30% de trabajadores durante el siglo), panaderos, sastres, planchadoras…. Estas clases impulsaron “el crecimiento económico necesario y fundamental para el desarrollo posterior de un grupo asalariado: la clase media”.

El siglo XIX refleja una transformación profunda en cuanto a la función del espacio urbano de la ciudad. San Juan pasa de ser un espacio militarista a uno en donde cada año gana más prioridad la sociedad civil, el comercio y la política. Esta transformación está vinculada, de nuevo, a la industrialización de otras metrópolis que fungieron de referente. La culminación de dicho proceso se puede marcar con el derribamiento de las murallas y la Puerta de Santiago, también llamada Puerta de Tierra en 1897 (Lugo Amador, p. 98-99).

El derribamiento de la muralla, la Puerta y sus extensiones (como el antiguo revellín) representaron una victoria para el sector civil, el cual vivía dentro de un contexto de hacinamiento y asfixie, fruto del aumento poblacional que, tanto de manera figurada como literal, ejercía presión sobre los confines de las murallas. La ciudad rebasó las funciones que le habían adjudicado los colonos. Los descendientes de la misma población que proveyó los materiales y la mano de obra para edificar aquellas murallas fueron quienes a la larga se encargaron de destruirla, y con gran regocijo.



Foto obtenida de Arqueo Cons. Group
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Fotos obtenida de Arqueo Consulting Group
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Foto obtenida de Arqueo Consulting Group
Foto obtenida de Arqueo Consulting Group

Fuentes

  1. División de Publicaciones del Servicio Nacional de Parques. Guía Oficial Parque Nacional: Los fuertes del Viejo San Juan. Washington, D.C.: Edición en español producido por Eastern National, 2002.

  2. Lugo Amador, Luis Alberto. “Los comerciantes españoles de San Juan y la transformación de la ciudad amurallada (1859-1900)”. RICP n.12: 500 años de existencia de San Juan. San Juan: Revista Instituto de Cultura Puertorriqueña, 3era serie. 2022.

  3. Negrón Portillo y Santana Mayo. La esclavitud urbana. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1992.

  4. Pizarro Santiago, Vilma. “La negra y la mulata como trabajadoras y empresarias en los barrios del San Juan del siglo XIX”. RICP n.12: 500 años de existencia de San Juan. San Juan: Revista Instituto de Cultura Puertorriqueña, 3era serie. 2022.

  5. Quiles Rodríguez, Edwin. San Juan tras la fachada. San Juan: Editorial Instituto de Cultura Puertorriqueña. Segunda edición, 2014.

  6. Silvestre Lugo, José C. Viejo San Juan: Herramientas e intervenciones. San Juan: Editorial Instituto de Cultura Puertorriqueña. 2023

Mapas

  1. Mapa holandés de San Juan, ca. 1625.  Map of the port on Puerto Rico. Gerritsz., Hessel / Vingboons, Johannes. https://www.atlasofmutualheritage.nl/en/page/7506/map-of-the-port-on-puerto-rico

  2. Mapa de San Juan, 1792. Detalle descargado en https://www.flickr.com/photos/wanderlost63/7978571644/. Original proviene de Historia ilustrada de su desarrollo urbano por Aníbal Sepúlveda (p. 128 y 129). Editorial Carimar: 1989. Enlace del libro entero: https://adnpr.net/san-juan-historia-ilustrada-de-su-desarrollo-urbano-1508-1898/

 
 

Actualizado: 6 ago

Asilo de Huérfanas de la Milagrosa
Asilo de Huérfanas de la Milagrosa

"El actual edificio que sirvió como convento y asilo esconde en sus entrañas el edificio original construido entre los años 1895 y 1896, gracias al donativo que hiciera Don Marqués de Vallejo. El marqués, a petición del padre Santiago Colón, donó la herencia recibida tras el fallecimiento de su tía doña María Inocencia Socorro Capetillo. De esta forma se construyó el Asilo La protectora (más adelante conocido como Asilo de Huérfanas). Aliviando el "peso y dolor" que sopnía para el padre Colón ver tanto menor abandonado (Pabón Charneco, 2010)".

En el siglo XIX las instituciones religiosas y educativas se entrelazaban en sus respectivas funciones para el desarrollo de la sociedad. La estructura del asilo surge de aquel contexto y luego se convirtió en colegio bajo la tutela cercana de la institución eclesiástica. Durante todo el siglo XIX, el magisterio en Puerto Rico consistió de personas con o sin título o credenciales. Desde 1770, existía el derecho de recibir una educación sin importar color de piel, decreto aprobado bajo la gobernación de Miguel de Muesas. Por otra parte, no se suponía que personas de tez oscura ejercieran cargos como maestros y maestras porque les era prohibido ocupar puestos públicos. La educación religiosa se impartía, sin embargo, con gran cantidad de maestras de tez oscura burlando la exigencia gubernamental de "pureza de sangre", es decir, de tener tez blanca y abolengo europe. Algunas maestras no necesariamente sabían escribir, pero con leer, costura y catequesis bastaba para ejercer en ciertos espacios (Hernández Aponte, 2024).


En el siglo XIX los varones no podían entrar a las escuelas de niñas. Solo podían ser invocados para impartir determinadas materias vinculadas al género masculino dentro del sistema patriarcal. No es hasta después de mediados del siglo que se hace decreto la enseñanza primaria gratuita y obligatoria. Anterior a ello, las féminas podían recibir una educación en el monasterio religioso. A principios del siglo, la enseñanza en el monasterio requería que fueras blanca, hija de matrimonio legítimo y tener entre 7 y 25 años.


Tradicionalmente, las enseñanzas en las escuelas de niñas preparaban para la vida doméstica y el matrimonio: la práctica de bordar y la costura eran importantes, junto con el aprendizaje de la doctrina cristiana. Luego se añadieron materias como lectura y escritura. Desde 1851, se exigió gramática y aritmética para obtener título de maestra. Aún así, a veces era suficiente conocer la lectura, doctrina cristiana, costura y bordados.


La Sociedad Protectora de Niñas es descrita como parte de una iniciativa de socorrer niñas abandonadas y huérfanas. Esta iniciativa es cónsona con el decreto de instrucción pública de 1866. Al momento de fundación de la escuela La Milagrosa, existía una directriz gubernamental que garantizara igualdad para féminas y varones en términos de acceso al contenido de enseñanza, pero en la práctica se vieron "modificaciones" regidas por género. A los varones también ya se les era permitido impartir clases en las escuelas de niñas. Sobre la historia específica de los terrenos de la Milagrosa:


"Allá para el 1890, la señora Socorro Capetillo y González y su hijo, el señor Manuel Fernández Capetillo, fallecen en España sin testar y sin dejar descendientes directos dejando así varios terrenos, residencias y dineros en Puerto Rico. Su pariente más cercano fue el señor Diego Fernández Vallejo, Marqués de Vallejo, el cual heredó todos estos bienes. El señor Diego Fernández cede a la Sociedad Protectora de los Niños, todas las propiedades situadas en Puerto Rico".
"La Sociedad Protectora de los Niños tenía como fin proteger el proteger a los niños pobres contra el abandono, la miseria, los malos tratos y los ejemplos de inmoralidad procurando la educación y el desarrollo físico, moral e intelectual. Así las cosas, el Marqués de Vallejo donó los terrenos al Obispo de Puerto Rico para los fines benéficos antes mencionados. En la Escritura otorgada el 11 de noviembre de 1891 en Madrid, España, se expresó que la Sociedad Protectora de los Niños se establecerá en primer lugar en la posesión denominada como "Río-Piedras", debido a que fue la residencia de la señora Capetillo (Ley 126 en Lexjuris, 2009)".

La Milagrosa forma parte de una larga tradición de instituciones religiosas y educativas de herencia española en Puerto Rico, pero con tradición de maestras negras (Hernández Aponte, 2009). La importancia histórica del edificio queda plasmada en la ley 126 "Para declarar monumento histórico de Puerto Rico las instalaciones donde está ubicado el Colegio la Milagrosa en Río Piedras".







 
 

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